Regiomontana de nacimiento y de corazón. Vino al mundo un doce de julio en Monterrey, Nuevo León. De su padre, Alberto Santos González, heredó su espíritu emprendedor, su visión y sobre todo su energía ya que él no tenía pasatiempo ni permitía que algo lo distrajera de su trabajo, mismo que era todo para él. Su madre, Francisca de Hoyos es una persona que disfruta mucho de la buena música, el piano y la cultura en general. Ella le contagió a sus hijos esos intereses y procuró que absorbieran y se empaparán de lo que este mundo maravilloso puede brindarnos.
Desde su niñez tomó clases de piano y danza; pero lo que más la llenaba de entusiasmo era el ballet, algo que con dolor tuvo que abandonar cuando se fue a estudiar al extranjero a la edad de catorce años.
Al inicio de su adolescencia sus padres la llevaron a South Bend, Indiana en los Estados Unidos. Allí se encontraba St. Mary’s, un colegio dirigido por religiosas norteamericanas, las cuales influyeron de una manera decisiva en su formación personal. El orden y la disciplina que ellas le inculcaron fueron de capital importancia en lo que habría de ser y de hacer durante el resto de su vida. Aprendió a cuidarse y descubrirse, así como a respetar todo tipo de costumbres y modos de pensar.
Al concluir sus estudios en Estados Unidos, partió hacía Europa. Su primer parada fue el Colegio de las Dominicas en Roma, estos estudios de postgrado estuvieron centrados alrededor de la Historia de la Cultura. Posteriormente se mudo a París, donde estudio Filosofía e historia de la pintura del Siglo XIX en adelante. Con ello, reafirmó sus conocimientos de Historia de la Cultura. En París, asistía cada vez que le fuera posible, al famoso y prestigiado Teatro de la Ópera. Donde se presentaba la compañía Francesa de Ballet, una de las mejores del mundo, en cuyas presentaciones hacían gala de técnica y disciplina extraordinarias.
Con estas enriquecedoras experiencias, tanto en las aulas como en los teatros, ambas ricas en aprendizaje, comenzó a sentir una transformación interna de su sensibilidad y a experimentar lo que verdaderamente es un alimento para el espíritu. Comenzaba el proceso de gestación y nacimiento de una nueva Yolanda Santos de Hoyos, aquella que uniría la visión diligente y decidida heredada de su padre al cálido amor de su madre y que, enriquecida por las vivencias de sus estudios en el extranjero, sintió la vocación de emprender obras sociales y culturales que ayudaran a solventar las enormes carencias que en esos ámbitos experimentaba su país natal.